miércoles, 11 de junio de 2008

Épica, política y paternalismo

La relación entre épica y política es tan antigua como la batalla de las Termópilas. Todas las tendencias ideológicas, ideologías tendenciosas, filosofías políticas y políticos metidos a filósofos, así como sus escisiones y divisiones han utilizado la epopeya vivida o inventada por héroes y pueblos para manipular nuestra sensibilidad, movilizarnos sin justificación o desmovilizarnos de forma sibilina. El objetivo, bien sencillo: impedir que percibamos la realidad tal y como es.
Franco lo hizo agrandando la franja ocupada por los conquistadores españoles hasta Oregón y La India; Aznar asegurando que su cruising en las Azores con el vaquero tramposo de Texas y el chulapo con traje de la Cyti londinense había devuelto a España su papel en el mundo, es decir, el de ir de matón en Irak. El nacionalismo gallego lo repite una y otra vez, por poner otro ejemplo, remontándose, ni más ni menos, que al siglo XIII para hundir sus raíces en las guerras irmandinhas que enfrentaron a comerciantes y campesinos con el clero y la nobleza; el catalán, con su oposición a Felipe V tras venderse a los austríacos del archiduque Carlos y los vascos con su valerosa resistencia, previa a la traición perpetrada contra los republicanos en Santoña. La épica alimenta sueños falsos de libertad y remueve voluntades que en otras circunstancias no se preocuparían lo más mínimo del idioma que se emplea en los retretes públicos o el color del brazalete que utilizan los capitanes del Éibar o el Lleida.
Zapatero también se ha dejado seducir por el discurso fácil de mentar a nuestros instintos más primarios y cargar contra aquellos que insisten en que España es un país rico en ideales pero pobre en cuentas corrientes. Durante la campaña electoral, con los datos macroeconómicos negativos en la mano, supo seducir a las masas con una mezcla del discurso meloso y salvapatrias de González, el catastrofista del Guerra de finales de los ochenta y un aroma irresistible parido del marketing político de última generación teñido con el azul de sus ojos. Supo ocultar esos datos y conseguir cuatro años más de fianza, gratis para él, pero muy cara para nosotros.
Zapatero no ha hecho nada por luchar contra el mileurismo, pero sí se ha preocupado de lucir traje junto a Botín o Lara; no ha cortado de raíz el mal del ladrillo heredado de Aznar y ha optado por continuar subvencionando a los jóvenes para que sigan aferrados a los vaivenes del euribor. Mentar la crisis es antipatriótico y va contra la ética y la épica que tanto esgrime en sus discursos. La épica de una política de derechos civiles y políticos jalonada por éxitos notables que nadie duda, pero que adolece de una falta de realismo en lo económico que, lejos de lo que él argumenta, está dejando a su suerte a las economías familiares. Patrioterismo épico, podríamos llamarle. El ciudadano medio puede que caiga en el engaño, pero los mercados, como la policía, no son tontos. El dinero huye de la Bolsa, las multinacionales dudan de los españoles y el petróleo nos está diciendo cuán ingenuos éramos.
La honestidad siempre fue el buque insignia de la izquierda española. Al menos yo, ingenuo de mí, siempre pensé eso, pero ahora parece que triunfa el falso voluntarismo y el paternalismo más zafio. Agárrense los machos amigos fachas, conservadores y liberales.
Tengan cargada la pluma.

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